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Una lectura del crimen de las hermanas Papin



“Con perdón, sé lo que digo, soy Clara. Y estoy preparada. Estoy harta. Harta de ser la araña, la funda del paraguas, la monja siniestra, ¡sin dios y sin familia! Estoy harta de tener un hornillo en vez de altar. Soy la orgullosa, la podrida. Ante tus ojos también.”


“Las criadas” (1947) – Jean Genet


Es jueves 2 de febrero de 1933 en la ciudad de Le Mans.


El Sr. Lancelin intenta ingresar en su domicilio y no puede. Informa a la policía municipal para que fuerce la puerta de la casa y descubre a la Sra. Lancelin y a su hija horrorosamente asesinadas en el primer piso.


Arriba, agazapadas en una habitación bajo llave, las hermanas Léa y Christine Papin confiesan ser las autoras de un crimen que será uno de los más controvertidos sucesos del siglo XX.

Al día siguiente, dos artículos destacaban la portada de La Sarthe du soir. El encabezado principal anunciaba: La mayoría del pueblo alemán respalda a Adolf Hitler. Al costado, en un recuadro más estrecho versaba: Horrible crimen: La Sra. Lancelin y su hija Geneviève asesinadas por sus sirvientas.


Francia se dividirá en dos: una Francia popular reclamará venganza y el “cadalso” para las homicidas. La otra, la intelectual, apreciará el asesinato como un efecto de la diferencia de clases.


En palabras de Simone de Beauvoir, el crimen cometido es proporcional a un crimen invisible ejecutado por los amos. En un clima de interpretaciones y polémicas, producciones literarias, artísticas y cinematográficas, Jacques Lacan tomará la noticia y publicará en el número 3 de la revista Minotaure de diciembre de 1933: Motivos del crimen paranoico: El crimen de las hermanas Papin. El carácter repentino e inesperado del acto se evidencia en la escena: las víctimas no han podido siquiera sacarse los guantes. El motivo del crimen parece inhallable: según palabras de la mayor de las hermanas, el trato de sus patronas para con ellas era “irreprochable”. De un grupo al otro, “no se hablaban”, señalará Lacan.


¿Qué fue lo que ocurrió? Una plancha descompuesta hizo saltar los fusibles dejando la mansión a oscuras. La reacción de la señora de la casa frente a este episodio varía según el relato del interrogatorio. La versión que parece prevalecer entre todas es una cierta intención que Christine descubre en la mirada de su patrona.


“Quiere matarme”, piensa. Y ataca.


“Mire usted, prefiero que hayamos sido nosotras las que las despachamos a ellas y no ellas a nosotras”, dirá tiempo después. Lo cierto es que, en cuestión de segundos, se desata un crimen atroz: cada una de las hermanas salta sobre cada una de sus patronas. Primero, les sacan los ojos de sus órbitas cuando ambas aún estaban vivas. Seguidamente, destrozan sus cuerpos con objetos contundentes, un martillo y un jarrón de estaño.


Para concluir, toman un cuchillo de cocina y realizan una serie de cortes profundos en las extremidades de sus víctimas que denominarán, tiempo después, “enciselures”. Neologismo del cincelado de sus cuerpos y el embadurnamiento que realizarán con la sangre de cada una sobre el cuerpo de la otra.


Una vez finalizada la masacre, las hermanas limpian los instrumentos utilizados, se deshacen de sus prendas y se recuestan juntas en una cama de la habitación que compartían en el segundo piso para esperar la llegada de la policía. Lejos de resultar esclarecedor, en los testimonios de las hermanas no aparecía ningún elemento de resentimiento, maltrato o venganza sino que por el contrario aparecía una conformidad con el trato recibido por parte de la familia Lancelin.


Dos acontecimientos de importancia trazarán las coordenadas para una posible lectura del crimen cometido por Léa y Christine: por un lado, hacía ya tres años que habían roto todo tipo de contacto con Clémence, su madre. Las hermanas enviaban por correo a Clémence el total de sus salarios, cuestión que la Sra. Lancelin considera injusta por el excelente desempeño de sus criadas y a raíz de la cual sugiere que conserven dicha totalidad.


Por el otro lado, un episodio acontecido en la alcaldía de Le Mans en septiembre de 1931: las hermanas habían acudido para gestionar la emancipación de Léa, la menor de ellas. Dicho trámite queda inconcluso y Christine acusa al alcalde de perjudicarlas en lugar de defenderlas.

El 3 de febrero de 1931, dos años antes de la ejecución del crimen, Clémence escribe a sus hijas la primera de una serie de cartas pidiéndoles que vuelvan a dirigirse a ella y alertando: “… Hagan lo que crean mejor. Creemos tener amigos y frecuentemente son grandes enemigos, incluso aquellos que las rodean más de cerca”.


El 5 de marzo de 1931 escribe una segunda carta: “Son los celos de ustedes; hay celos sobre ustedes y sobre mí. No se dejen. Luchen hasta el último momento. Su patrona está bien al tanto. Se las ha desviado de su madre. ¡Váyanse! Ustedes no serán dueñas de sí mismas…”. Ese mismo año, unos meses después, Léa y Christine acuden a la alcaldía para hacer emancipar a Léa.

Ante la pregunta del alcalde: “¿Emanciparse de quién?” las hermanas no saben qué responder y mencionan un posible secuestro del cual necesitan protegerse. El alcalde las deriva a la comisaría central en la cual un comisario las encuentra absolutamente chifladas y alerta al Sr. Lancelin: “… Si yo estuviera en su lugar, no conservaría a esas muchachas. Son verdaderas perseguidas”.


Aún así, el Sr. Lancelin decide conservar la relación laboral con sus criadas. Una vez que confiesan haber cometido el asesinato, Léa y Christine son detenidas y colocadas, pese al pedido explícito de no ser separadas, en celdas diferentes. Las declaraciones de ambas en los interrogatorios eran exactamente idénticas. “Al leer sus declaraciones, uno tiene la sensación de ver doble”, dirá el comisario central.


A los pocos meses de ser encerradas, Christine inicia una serie de crisis que tendrán por objeto volver a ver Léa. Pide a gritos que le devuelvan a su hermana, muerde a todo aquel que se le acerca y debe ser maniatada por sus intentos permanentes de arrancarse los ojos como habría hecho aquella vez con los ojos de sus patronas. Una alucinación terrorífica se le impone: Léa colgando de un árbol con las piernas cortadas. Quiere arrancarse los ojos para evitarse esa visión. Una noche, en una crisis de sobreexcitación, una guardiana se sensibiliza con ella y le lleva a Léa para que la vea. Christine salta sobre Léa, la abraza fuertemente, la ahoga e intenta desnudarla pidiéndole: “Dime que sí… Dime que sí…”. Léa intenta escaparse y la guardiana vuelve a maniatar a Christine.


Esa fue la última vez que se vieron.


Christine nunca más volvería a pedir ver a su hermana. El famoso crimen de las hermanas Papin tendrá lugar poco tiempo después de que Lacan hubiere presentado su tesis De la psicosis paranoica. De allí la publicación de su artículo en la revista anteriormente mencionada. Las hermanas Papin fueron pensadas bajo la categoría clásica del delirio a dúo, la folie-à-deux, la locura de a dos: dos personas afectadas por la misma locura.


¿Cuáles son sus características? Debe darse el encuentro entre dos sujetos cuyo vínculo por lo general es muy estrecho (padre e hijo, madre e hija, hermanos y hermanas, como en el caso de las Papin) y que además conviven en un mismo ambiente durante un largo período de tiempo. En relación a esta observación, resulta llamativo el parecido físico de las hermanas.


El mecanismo propio de la locura de a dos es el siguiente: un sujeto activo, delirante, ejerce una influencia sobre un sujeto débil pasivo y le impone un delirio de carácter lo suficientemente verosímil como para que este último se apropie de él. La influencia de Christine sobre Léa parece evidente: Léa sigue los pasos de su hermana en el acto criminal desde el comienzo hasta el final.

El asesinato de la Sra. Lancelin y la Srta. Geneviève parece constituirse como un acto realizado para Léa: no encontramos ninguna referencia a una inestabilidad posterior.


Por el contrario, Christine sufre de crisis alucinatorias aterradoras y autoagresiones violentísimas poco tiempo después del pasaje al acto.


Ahora bien, ¿de dónde parte el delirio intelectual que Christine impone a Léa? Considero que el motor del crimen de las hermanas Papin se encuentra en otro delirio a dúo: el de Clémence y Christine, delirio en el cual es Clémence, la madre, quien efectivamente ejerce su influencia sobre Christine (sus cartas son una prueba indiscutible de los celos delirantes sobre sus hijas).


Pero no sólo eso sino que además es a raíz de esas cartas que se desencadena el episodio en la alcaldía como antecedente de las ideas persecutorias que llevarán, poco tiempo después, al pasaje al acto. Christine y Léa acudirán a le maire (“alcalde”, en francés) solicitando la emancipación de Léa. “¿De quién?”, preguntará el alcalde. Respuesta apresurada del lector: “la mère” (“la madre”, también en francés).


Sin embargo, ni Christine ni Léa pueden siquiera esbozar una respuesta a la pregunta. La emancipación de la madre quedará en el plano de lo indecible. De allí, la persecución y el acto profesado por Clémence: “ustedes no serán dueñas de sus actos”.


Lo súbito del asesinato otorga al crimen de las hermanas Papin un carácter enigmático y apasionante que aún conserva: nada de ello ha sido planeado ni premeditado con anticipación. “Decidimos sin decidir”, dirá Christine en un interrogatorio. Una vez en prisión, Christine se niega a comer, se niega a hablar y se niega a dormir en tanto y en cuanto no pueda volver a ver a su hermana. Por otra parte, expresa una creencia delirante: “Creo que en otra vida yo debería ser el marido de mi hermana”.


¿De dónde proviene esta afirmación? De acuerdo a lo trabajado en Comienzos de análisis, retomo la derivación freudiana de la paranoia de un deseo homosexual que se expresa a través de una negación enloquecida que hace reaccionar al sujeto con un delirio de persecución de esa clase.

En las puntualizaciones psicoanalíticas del Presidente Schreber, Freud dirá que las formas paranoicas pueden ubicarse como contradicciones de una frase: “Yo lo amo”. El delirio persecutorio proviene de la contradicción del verbo. En términos del crimen elaborado, la negación de dicha frase conlleva la lectura de esa última mirada que pudo delinear la Sra. Lancelin. “No soy yo quien la odia, es ella quien me odia. Por eso quiere matarme, así es que me apresuro a despacharlas antes de que ellas nos despachen a nosotras.”


El encarcelamiento y la separación de las hermanas revelan el verdadero objeto de interés para Christine: su hermana Léa. Objeto de su inducción, de su influencia, de su devoción y protección. Tal vez, si hubiese podido producirse esa emancipación, la separación habría recaído sobre las hermanas y ese crimen no se habría producido. O tal vez sí, no lo sabemos.


Dice Lacan parafraseando a Freud que es necesario que opere una reducción forzosa de la hostilidad primitiva hacia los hermanos para que se produzca la integración de las tensiones sociales, “exigencias sacrificiales que nunca más dejará de ejercer la sociedad sobre sus miembros (…) para llegar a una moralidad socialmente eficaz” .


La renuencia a dicha integración puede tener efectos devastadores en la subjetividad. Recuerdo las palabras de mi primer paciente del hospital Borda: “Quiero que venga mi hermano. No sé por qué lo quiero pero no puedo vivir sin él. Me mete ideas raras en la cabeza, sobre el trabajo y sobre el sexo. Me dice que me quiere matar porque nunca trabajé”.


En ese momento y sin saber muy bien por qué, pensaba que lo mejor era que el hermano no vaya a verlo. Cito a Lacan: “La pulsión agresiva, que se resuelve en el asesinato, aparece así como la afección que sirve de base a la psicosis. (…) tiene siempre la intencionalidad de un crimen, casi constantemente la de una venganza, a menudo el sentido de un castigo, es decir de una sanción emanada de los ideales sociales, y a veces, finalmente, se identifica con el acto acabado de la moralidad, tiene el alcance de una expiación (autocastigo).”


Para Léa, en términos de Lacan, “el delirio se evapora con la realización del acto” .


Christine, en cambio, pasará los últimos días de su vida rezando a Dios y pidiendo el castigo que merece. Recibirá de rodillas el veredicto que la condena a la guillotina y no formulará ningún pedido de apelación.


Léa será condenada a diez años de trabajos forzados en prisión, años en los que conservará una conducta ejemplar. Una vez libre, volverá a vivir a Nantes a la casa de su madre y junto a ella morirá a los 71 años de edad. Christine muere el 18 de mayo de 1937 en el manicomio de Rennes de una muerte a la que se condenó desde aquella última noche en que vio a Léa por última vez.

Las hermanas Papin siguen produciendo una enorme fascinación para el psicoanálisis entre otros discursos por la dificultad que sugiere surcar algo más allá de lo testimoniado. Finalmente, será la mismísima Christine quien sentenciará en su primera declaración: “Mi crimen es lo bastante grande para que yo diga lo que es”.

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