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John Nash, una mente hermosa



John Nash, una mente hermosa

“Siempre he creído en los números. En las ecuaciones y en la lógica que llevan a la razón. Pero, después de una vida de búsqueda me digo, ¿Qué es la lógica? ¿Quién decide la razón?”

John Nash

Esta frase bien podría pertenecer a un filósofo como Foucault o a un sociólogo más anónimo, de esos que sólo conoce un mundillo académico limitado. Sin embargo, la frase es de John Nash, un científico matemático fallecido hace algunos años.

Lo conocimos cuando hace casi 20 años se estrenaba una película llamada “A Beautiful Mind”, que contaba la historia inverosímil de un ganador de un premio Nobel (1994), que se había recuperado de una esquizofrenia/ psicosis alucinatoria.

En la Argentina, se tradujo como “Una Mente Brillante”, aunque me gusta más la versión española que se refirió al film como “Una Mente Maravillosa” … Creo que la más acertada sería una mente hermosa.

Puede parecer un dato menor, pero pienso que la historia de John Nash hace referencia no sólo a una mente brillante (que lo fue, nadie podría dudar de ello), sino también a una mente hermosa.

Desde el psicoanálisis, pensamos a la psicosis como un modo de estructuración subjetiva, una posición que adopta el sujeto ante la realidad, ante los otros y ante el mundo. Si para la psiquiatría clásica las psicosis constituían una enfermedad o una patología, con Freud y su invención del psicoanálisis iniciaron un cambio de paradigma respecto al modo en que se pensaban las psicosis: no ya del lado de la enfermedad o del lado de la locura sino más bien como formas de posicionamiento, modos de respuesta, estructuras subjetivas.

John Nash nació en el año 1928, en el seno de una familia medianamente acomodada: su padre ya era profesional (y lo remarcamos porque no era algo tan habitual), un ingeniero, y su madre, una profesora que hablaba varias lenguas. Por lo que, en su casa se respiraba cierto aire intelectual.

Desde pequeño se destacó por su enorme capacidad cognitiva, cierta apatía social y un ego importante. Pero nada de eso llamó demasiado la atención de nadie, ya que John pudo licenciarse muy fácil en la universidad.

Sí, era excéntrico, obsesivo y un poco arrogante, como lo han tildado sus antiguos compañeros, pero eran características “aceptadas” en el circuito social de los matemáticos.

Más tarde, fue a la Universidad de Princeton gracias a una beca y fue allí que, antes de doctorarse en matemática, escribió un artículo sobre juegos no cooperativos, la famosa teoría de los juegos. Sería este texto, luego devenido en tesis doctoral, que le conseguiría el Premio Nobel. Tenía tan sólo 21 años.

Su vida podría haber transcurrido con más o menos normalidad para un científico destacado, con cierta comodidad económica y un módico prestigio. No obstante, el destino le tenía reservado nuevos giros y sorpresas.

En un documental de American Experience se relatan algunos detalles de su vida un tanto peculiares…

Se sabe que tuvo un hijo no reconocido con una enfermera antes de casarse con Alicia, la que sería su esposa hasta su muerte. Evento que no nos llamaría la atención desde un punto de vista psicológico, sino fuera porque su primera crisis psicótica se desencadenó con la llegada de su primer hijo con Alicia, es decir, el segundo propio.

En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, uno de los escritos de Jacques Lacan, refiere que para que la psicosis se desencadene, es decir, para que se susciten todos esos fenómenos elementales alucinatorios propios del brote psicótico, es necesario que un significante sea llamado por el sujeto allí donde nunca estuvo. ¿A qué nos referimos con esto? En los modos de estructuración subjetiva que definimos desde el psicoanálisis (neurosis, psicosis y perversión) puede haber algunos significantes, es decir, algunas representaciones, que “falten a la cita”, es decir, que no se inscriban en el proceso de constitución subjetiva.

El Nombre-del-Padre es el significante con el cual Lacan nombra ese proceso propio de la constitución subjetiva mediante el cual el sujeto puede responder ante determinados sucesos de su vida. Si no cuenta con ese significante, puede suceder que responda de otro modo o que, simplemente, se enfrente con ese agujero, con esa carencia.

Dice Lacan: “¿Cómo puede el Nombre-del-Padre ser llamado por el sujeto al único lugar donde no ha podido advenirle y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por un padre real (…) Búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática (…)”.

Es interesante pensar que la primera crisis psicótica de Nash deviene ante su propia paternidad, es decir, ante ese llamado a ser un padre, el padre real al cual hace referencia Lacan, adviene una búsqueda de ese registro simbólico con el cual, podríamos decir, el sujeto no cuenta.

Durante bastante tiempo, John Nash se rehusó a tomar medicación ya que decía que le quitaba genialidad a su mente. Debió ser internado en instituciones psiquiátricas – imaginen qué tipo de psiquiatría se practicaba hace más de 50 años- y fue sometido a terapias muy duras como la inducción al coma diabético y algunos dicen que a penosas sesiones de electro-shock.

En la década del 70, decidió continuar con su tratamiento psicológico, aunque no así con su medicación y según él afirmó en varias oportunidades, pudo controlar mejor su enfermedad o “curarse”.

Sus delirios, tan bien construidos y relatados por Hollywood (y que pudimos hasta disfrutar en el film ganador del Oscar), versaron entre la paranoia (solía creer que la KGB lo perseguía) hasta reconocerse en la tapa de Times disfrazado como el Papa o pensar que los extraterrestres le enviaban mensajes.

John pasó más de 20 en un ostracismo singular. En un comienzo, realizando tareas pseudo-administrativas en la biblioteca de la universidad, hasta que, poco a poco, silenciando esas alucinaciones, fue aceptado a dar clases nuevamente.

No obstante, el psicoanálisis enseña que, en las psicosis, no se trata de que el sujeto se “adapte” a la realidad o que perciba la misma realidad compartida. En las psicosis, el fenómeno de la certeza respecto de las ideas delirantes y respecto de los fenómenos alucinatorios indica que el sujeto sabe perfectamente que eso que percibe o eso que cree es algo que sólo él percibe y no pretende, en este punto, hacer de eso una realidad compartida.

En la psicosis, el sujeto construye un delirio como modo de dar respuesta a toda la serie de fenómenos alucinatorios incomprendidos y, en todo caso, la clave de la restitución del lazo social para el sujeto psicótico no está en el abandono de sus certezas sino más bien en poder sostener el lazo social a pesar de que sus creencias no sean compartidas.

En 1994, a sus 66 años, recibió el Premio Nobel de Economía por aquel trabajo publicado en sus veinte. Sin embargo, sorprendió a todos con sus palabras: “La racionalidad de pensamiento impone límites en el concepto de mi relación personal con el cosmos”. Un as de la matemática y la lógica que ponía en jaque a la racionalidad como única forma de pensamiento.

Algunos años más tarde, en una entrevista en el programa 60 minutos, frente a la pregunta de cómo había logrado vencer aquellas ilusiones, su respuesta fue, jugando con la palabra, que se había desilusionado de aquellas ilusiones. Toda una confesión.

Murió en el año 2015, fruto de un accidente de tránsito, junto a su esposa Alicia.

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