El amor de hermanos y la declaración del odio

Esta semana escuché algunos relatos sobre el impacto de la llegada de un hermano a la vida de un niño que me hicieron pensar algunas cosas en relación al odio. Creo que se dice mucho de las declaraciones amorosas y en cómo después de una declaración de amor algunas cosas no vuelven a ser las mismas (especialmente para el amante); también se puede declarar la guerra, pero una declaración de guerra nada tiene que ver con la declaración del odio.
El odio es un sentimiento que suele contraponerse al amor pero no creo que se defina por ser su opuesto. Además, el odio es un sentimiento que tiene mala prensa. Difícilmente un adulto le diga a otro “te odio” (aunque lo sepa) y, en esa línea, pensaba en cómo se moraliza la llegada de un hermano con comentarios que insinúan que a los hermanos hay que quererlos, cuidarlos y aceptarlos desde el primer momento, como si un vínculo nuevo no necesitara de tiempo para formarse.
Un niño de tres años se muestra indiferente ante la llegada de su hermano, hasta que el más pequeño comienza a hacerse notar e irrumpe en sus juegos, alterando las reglas y el orden. Ante estas escenas, el pequeño mayor llora y dice “Quiero que se vaya ya mismo de esta casa. No quiero verlo nunca más”. Otro niño de cuatro años se alegra al saber que su hermana recién nacida va a asistir al mismo jardín maternal que asistió él siendo un bebé. Sonriente le dice a su madre “¡Ay! Va a aprender las mismas cosas que yo aprendí, a hacerse amigos, nuevas canciones…” y ante el entusiasmo de su progenitora advierte “Pero los bebés también se mueren, mamá”.
Considero que estas pequeñas piezas de la infancia muestran una cara de lo fraterno que, cuando puede ser dicha, da curso a sentimientos de celos y de hostilidad, que son constitutivos de la rivalidad y la agresión, fundantes del prójimo. Por el contrario, cuando se reprime y sanciona, produce inhibiciones en el encuentro con el semejante (aquel que es capaz de ocupar el mismo lugar que el sujeto) y transforma al otro en una amenaza al narcisismo.
¿Qué hay de lo fraterno en la clínica psicoanalítica? En “Tótem y Tabú”, Freud se refiere a la unión entre los hermanos como la primera forma de organización social de la cual surgen la moral y el derecho y la institución de la familia. Lacan, por su parte, en su texto “La familia”, refiere a la llegada del hermano como aquel “semejante” que despertará celos y una agresión primordial que en nada se parecen al mandato del amor fraterno.
A modo de observación, llama la atención el alivio que produce al niño saber que al hermano no sólo no tiene obligación de amarlo, sino que, además, también, puede odiarlo.